Hace ya varios años que iniciamos las vacaciones de Semana Santa por Galicia, para terminar en mi tierra, Asturias. En esta ocasión nos hemos decantado por la ciudad de Orense. La verdad es que ninguno de los dos teníamos grandes expectativas, salvo la de descansar y disfrutar de la buena gastronomía gallega. Sin embargo, nos hemos llevado una muy grata sorpresa. Llegamos el sábado sobre las tres. Dedicamos la tarde a visitar todo lo que nos íbamos encontrando en nuestro camino: la catedral, con su pórtico policromado, diferentes iglesias, como la de San Francisco, la de la Trinidad o la de Santa Eufemia, las callejuelas del casco histórico… Y de tanto caminar, como no podía ser de otra manera, nos entró apetito. Cenamos en una de las múltiples tascas que se pueden encontrar en la ciudad. No nos pudimos recrear demasiado a la hora de escoger, pues estaba todo repleto de gente (a ello contribuyó que en la televisión ponían un partido de fútbol entre Real Madrid y Barcelona, cuyos enfrentamientos tienen ya más presencia televisiva que el mismísimo Bob Esponja). Para la cena pedimos pulpo, lacón y zorza. Todo ello regado con un vino ribeiro de la zona. Una copichuela y a dormir. Bueno, a ratos, pues a cien metros de nuestro hotel había un concierto conmemorativo de la República y ya se sabe que la gente que conmemora grita mucho… El domingo lo comenzamos desayunando chocolate con churros para coger fuerzas. Luego nos encontró el rastro de la Plaza Mayor en el que se vendían, sobre todo, muebles y objetos antiguos. Resulta entrañable recordar las botellas de sifón o las viejas máquinas de escribir. Tras este momento “retro” pasamos por la oficina de turismo, donde confirmamos que por nuestra cuenta habíamos visto casi todo lo visitable. En este caso el casi fue importante: nos recomendaron “sumergirnos” en el turismo termal. A la ribera del Río Miño se pueden encontrar diferentes termas con agua en torno a los cuarenta grados de temperatura y con efectos curativos para aquellas personas que tengan problemas reumáticos o de la piel, entre otros. Algunas de estas termas son de pago, pero la mayoría son de acceso gratuito. Solo se necesita ropa de baño, ducharse antes de entrar y dejar el estrés en casa. Se puede ir andando, por un paseo peatonal a la orilla del río, o en un trenecillo que sale desde la Plaza Mayor. A Jajaja y a mí nos encantó la experiencia. Nosotros solamente fuimos a las gratuitas, pero nos quedaron ganas de visitar alguna otra, especialmente la terma As Burgas, que está en el centro de la ciudad y en la que algunos días te puedes bañar hasta la una de la madrugada. De habernos enterado antes, nos habríamos dado un baño nocturno el sábado, pues tiene que ser una experiencia única.
Tanto la comida como la cena del domingo la hicimos en el mismo sitio: “Torre das meigas”. El entorno y la ubicación son únicos (al lado de la catedral). Como se puede deducir de su nombre es un restaurante cuyos comedores están ubicados en diferentes alturas. Las vistas son preciosas y la comida no desentona.
Y esta vez sin conmemoraciones, sin estrés y con el cutis estupendísimo, dormimos como bebés. A la mañana siguiente tocaba seguir camino.
Tanto la comida como la cena del domingo la hicimos en el mismo sitio: “Torre das meigas”. El entorno y la ubicación son únicos (al lado de la catedral). Como se puede deducir de su nombre es un restaurante cuyos comedores están ubicados en diferentes alturas. Las vistas son preciosas y la comida no desentona.
Y esta vez sin conmemoraciones, sin estrés y con el cutis estupendísimo, dormimos como bebés. A la mañana siguiente tocaba seguir camino.
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